jueves, 8 de septiembre de 2016

A propósito de la pregunta a resolver por la ciudadanía colombiana.

Jaime Alberto Leal Afanador, Ed.D
Rector UNAD

La pregunta central sobre el plebiscito en Colombia “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?", resulta apropiada para comprender y analizar lo que nos jugamos en este momento de coyuntura histórica, porque somos hoy quienes hacemos parte del presente de Colombia los que debemos reflexionar de manera profunda y objetiva sobre nuestra realidad y obtener criterios que soportados en argumentos válidos y no en meras opiniones, sepamos discernir lo mejor para nuestro país en los próximos cincuenta años.

Uno de nuestros principales obstáculos como nación es que no ha existido una suficiente masa crítica pensante en nuestra sociedad, explicada entre otras por la inevitable exclusión educativa a que han sido sometidas por décadas múltiples generaciones de conciudadanos, lo que nos ha declarado una actitud conformista con el dejar hacer y el dejar pasar, lo que determina nuestra eterna indiferencia social y por supuesto la ausencia mayoritaria en nuestra población, para declarar argumentativamente su inconformidad por la recurrente ausencia del Estado.

Para plantear acuerdo o desacuerdo con la pregunta del plebiscito, hace falta tener criterios sustentados en el “bien común” y desde allí coherentemente, creer y crear las condiciones para hacer resurgir ese mismo “bien común” de tal manera que seán los jóvenes y los niños de hoy y del futuro los que aborden en su madurez la consolidación de Colombia, como un proyecto de nación equitativa, justa y solidaria, como ruta trazada desde el escenario histórico del posconflicto colombiano, para hacer de la paz “letra viva”, en todo el contexto nacional.

Hoy nuestro Estado y la sociedad civil colombiana, requieren de un profundo pero a la vez pragmático redireccionamiento con la participación de todos nosotros, no solo de los políticos y del gobierno y sus opositores sino de todos, donde seamos capaces de identificarnos con el otro y construir una cultura basada en la solidaridad, el respeto y especialmente la confianza como valores supremos de nuestro actuar.

Estamos frente a la presencia de una gran oportunidad que nos invita a reelaborarnos como sociedad a partir de un cambio que desarraigue nuestra pasividad y nuestro silencio cómplice presente en un alto porcentaje de los individuos que integramos el tejido social colombiano.

Es claro para todos que la violencia no resuelve nada, lo que resuelve es la argumentación serena y para ello debemos estar dispuestos y preparados a dar nuestros mejores argumentos desde la validez de nuestros conocimientos, pero por sobre todo estar dispuestos a escuchar a los otros con sus propios argumentos contrarios  o cercanos a los propios.

Esta sería la mejor manera de evitar opiniones que afloran solo desde el dogmatismo o desde el fundamentalismo, por eso hoy Colombia debe hacer un llamado a la ética y a la moral de sus líderes y gobernantes que con disimulada soberbia van lanza en ristre contra la dignidad y el prestigio de quienes no piensan igual.

Estas no son buenas señales para los pobladores de la Colombia lejana y sufrida legada por el conflicto, esa otra Colombia está hoy temerosa y tal vez desmoralizada, porque aunque vislumbra esperanza, escucha a varios de nuestros personajes públicos difundiendo palabras poco serenas que aunque invitan a la paz y a la reconciliación, con sus actitudes y hechos demuestran todo lo contrario.

Allí es donde surge la ética que reclamamos. No deben y no pueden éstos líderes de la Colombia de hoy ser incoherentes al hablar una cosa y hacer otra; como hablar de paz, convivencia y solidaridad atacándonos unos a otros, sembrando desconfianzas periódicas; por qué no, proponernos en este desafío integral crear confianza sobre el desarrollo entre iguales para aportar al posconflicto, por qué algunos ya se sienten dueños de ese bien que a todos  pertenece;  por qué no más bien, cobijarlo desde la ética del discurso y no seguir afianzando al egoísmo que como bien lo describía Hamilton en su teoría del altruismo genético, se propugna generalmente por defender exclusivamente a los propios, a los que piensan y actúan igual, y para los demás solo hay una buena dosis de maquillaje y cosmetología mediática.

Hoy tenemos la obligación desde todos los ámbitos de empoderar a todos los ciudadanos de Colombia para que comprendan que en una Colombia en paz podrán desarrollar sus planes de vida y que para ello entre todos, debemos construir las condiciones para que cada colombiano y colombiana en un futuro ojalá, no lejano, se sueñe y se sienta cada quien con la esperanza de un mejor futuro.

Hoy es prudente reconocer que la mayoría de los colombianos y colombianas somos gente buena, que nos proponemos superar la postura catastrófica de leer el presente como tragedia y que ya es hora de reconocer que en este país son millones los que intentan día a día hacer bien las cosas, así no lo reconozcan los titulares de algunos de los grandes medios de comunicación, acostumbrados por rating y pauta, a vendernos las paginas rojas y amarillistas de nuestro acontecer nacional como si esa fuera nuestra única realidad.

Hoy teneños un sueño colectivo, construir la paz como reto de todos en la vida cotidiana, lo que implica reflexionar sobre qué valores y cuáles estamos dispuestos a enfrentar para hacerlos realidad. Debemos resolver los problemas estructurales del hambre y la miseria; pero también los de trabajo digno, los de la justicia y la salud efectivas para que ellas se difundan y apliquen para todos desde la inteligencia y los desarrollos de la tecnología; los problemas derivados de un sistema de educación excluyente y de baja calidad para que éste sea incluyente, equitativo, pertinente y de calidad; los del modelo económico desigual para que este sea equitativo obligándose a distribuir la riqueza y no la pobreza.

Se trata ahora de intensificar el sentido de lo público como proceso de construcción de nación y de ejercicio de la política deliberativa y de la democracia participativa, como servicio público, como bien público, como presencia pública, desde el ser, el quehacer y prioritariamente desde el sentir de nuestra sociedad colombiana.


Por ello más allá de la respuesta del SI o del NO al plebiscito del próximo 2 de octubre, debemos resolver la hipótesis: y es si ustedes y nosotros, es decir todos los ciudadanos de este país seremos capaces de transformar un Estado que por lo general no ha estado para satisfacer las prioridades básicas del bienestar colectivo de los colombianos y colombianas sin ningún tipo de distingos.