Jaime
Alberto Leal Afanador, Ed.D
Rector
UNAD
La pregunta central sobre el plebiscito
en Colombia “¿Apoya usted el acuerdo final para
la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y
duradera?", resulta
apropiada para comprender y analizar lo que nos jugamos en este momento de
coyuntura histórica, porque somos hoy quienes hacemos parte del presente de Colombia
los que debemos reflexionar de manera profunda y objetiva sobre nuestra
realidad y obtener criterios que soportados en argumentos válidos y no en meras
opiniones, sepamos discernir lo mejor para nuestro país en los próximos
cincuenta años.
Uno de nuestros principales obstáculos
como nación es que no ha existido una suficiente masa crítica pensante en
nuestra sociedad, explicada entre otras por la inevitable exclusión educativa a
que han sido sometidas por décadas múltiples generaciones de conciudadanos, lo
que nos ha declarado una actitud conformista con el dejar hacer y el dejar
pasar, lo que determina nuestra eterna indiferencia social y por supuesto la
ausencia mayoritaria en nuestra población, para declarar argumentativamente su
inconformidad por la recurrente ausencia del Estado.
Para plantear acuerdo o desacuerdo con
la pregunta del plebiscito, hace falta tener criterios sustentados en el “bien común”
y desde allí coherentemente, creer y crear las condiciones para hacer resurgir
ese mismo “bien común” de tal manera que seán los jóvenes y los niños de hoy y
del futuro los que aborden en su madurez la consolidación de Colombia, como un
proyecto de nación equitativa, justa y solidaria, como ruta trazada desde el
escenario histórico del posconflicto colombiano, para hacer de la paz “letra
viva”, en todo el contexto nacional.
Hoy nuestro Estado y la sociedad civil
colombiana, requieren de un profundo pero a la vez pragmático redireccionamiento
con la participación de todos nosotros, no solo de los políticos y del gobierno
y sus opositores sino de todos, donde
seamos capaces de identificarnos con el otro y construir una cultura basada en
la solidaridad, el respeto y especialmente la confianza como valores supremos
de nuestro actuar.
Estamos frente a la presencia de una
gran oportunidad que nos invita a reelaborarnos como sociedad a partir de un
cambio que desarraigue nuestra pasividad y nuestro silencio cómplice presente
en un alto porcentaje de los individuos que integramos el tejido social
colombiano.
Es claro para todos que la violencia no
resuelve nada, lo que resuelve es la argumentación serena y para ello debemos
estar dispuestos y preparados a dar nuestros mejores argumentos desde la
validez de nuestros conocimientos, pero por sobre todo estar dispuestos a
escuchar a los otros con sus propios argumentos contrarios o cercanos a los propios.
Esta sería la mejor manera de evitar
opiniones que afloran solo desde el dogmatismo o desde el fundamentalismo, por
eso hoy Colombia debe hacer un llamado a la ética y a la moral de sus líderes y
gobernantes que con disimulada soberbia van lanza en ristre contra la dignidad
y el prestigio de quienes no piensan igual.
Estas no son buenas señales para los
pobladores de la Colombia lejana y sufrida legada por el conflicto, esa otra Colombia
está hoy temerosa y tal vez desmoralizada, porque aunque vislumbra esperanza, escucha
a varios de nuestros personajes públicos difundiendo palabras poco serenas que
aunque invitan a la paz y a la reconciliación, con sus actitudes y hechos
demuestran todo lo contrario.
Allí es donde surge la ética que reclamamos.
No deben y no pueden éstos líderes de la Colombia de hoy ser incoherentes al
hablar una cosa y hacer otra; como hablar de paz, convivencia y solidaridad atacándonos
unos a otros, sembrando desconfianzas periódicas; por qué no, proponernos en
este desafío integral crear confianza sobre el desarrollo entre iguales para
aportar al posconflicto, por qué algunos ya se sienten dueños de ese bien que a
todos pertenece; por qué no más bien, cobijarlo desde la ética
del discurso y no seguir afianzando al egoísmo que como bien lo describía Hamilton
en su teoría del altruismo genético, se propugna generalmente por defender exclusivamente
a los propios, a los que piensan y actúan igual, y para los demás solo hay una
buena dosis de maquillaje y cosmetología mediática.
Hoy tenemos la obligación desde todos
los ámbitos de empoderar a todos los ciudadanos de Colombia para que comprendan
que en una Colombia en paz podrán desarrollar sus planes de vida y que para
ello entre todos, debemos construir las condiciones para que cada colombiano y
colombiana en un futuro ojalá, no lejano, se sueñe y se sienta cada quien con
la esperanza de un mejor futuro.
Hoy es prudente reconocer que la mayoría
de los colombianos y colombianas somos gente buena, que nos proponemos superar
la postura catastrófica de leer el presente como tragedia y que ya es hora de
reconocer que en este país son millones los que intentan día a día hacer bien
las cosas, así no lo reconozcan los titulares de algunos de los grandes medios
de comunicación, acostumbrados por rating y pauta, a vendernos las paginas
rojas y amarillistas de nuestro acontecer nacional como si esa fuera nuestra única
realidad.
Hoy teneños un sueño colectivo, construir
la paz como reto de todos en la vida cotidiana, lo que implica reflexionar
sobre qué valores y cuáles estamos dispuestos a enfrentar para hacerlos
realidad. Debemos resolver los problemas estructurales del hambre y la miseria;
pero también los de trabajo digno, los de la justicia y la salud efectivas para
que ellas se difundan y apliquen para todos desde la inteligencia y los
desarrollos de la tecnología; los problemas derivados de un sistema de educación
excluyente y de baja calidad para que éste sea incluyente, equitativo,
pertinente y de calidad; los del modelo económico desigual para que este sea
equitativo obligándose a distribuir la riqueza y no la pobreza.
Se trata ahora de intensificar el
sentido de lo público como proceso de construcción de nación y de ejercicio de
la política deliberativa y de la democracia participativa, como servicio
público, como bien público, como presencia pública, desde el ser, el quehacer y
prioritariamente desde el sentir de nuestra sociedad colombiana.
Por ello más allá de la respuesta del SI
o del NO al plebiscito del próximo 2 de octubre, debemos resolver la hipótesis:
y es si ustedes y nosotros, es decir todos los ciudadanos de este país seremos
capaces de transformar un Estado que por lo general no ha estado para
satisfacer las prioridades básicas del bienestar colectivo de los colombianos y
colombianas sin ningún tipo de distingos.